El Abrigo Rojo
10/21/2019Hace unos días me encontré este texto que escribí hace dos años. Estaba pensando en disfraces para Halloween y al releerlo pensé en que era muy propio. Hay personas que llevan el disfraz todo el año.
El Abrigo Rojo
Como todos los días, llegué temprano al colegio. Dependo del autobús y la combinación para recoger a mi hijo es nefasta. Aunque era enero, el tiempo no era malo. En Alicante raramente lo es. Estuve sentada en un banco de piedra durante 25 minutos mirando el teléfono y observando a los demás padres llegar.

En ese momento, sentí envidia. Miré mis zapatillas viejas y desgastadas, pantalones descoloridos, chaqueta acolchada carente de gracia... Desde la distancia, el césped del vecino siempre parece más verde.
Ella iba hablando por teléfono. Al principio estaba un poco lejos, así que sólo la veía gesticular. Movía mucho la mano que tenía libre y, según se acercaba, empecé a oír lo que decía: "...va a pagar todo lo que concierna a su hija. Siempre pasando de ella, igual que de sus otros hijos... voy a sacarle todo lo que pueda...".
Y allí sentada, con el culo congelado, aquella madre aparentemente perfecta me dio pena. Sí, tenía mejor aspecto que yo. Sí, estaba más delgada. Sí, venía de la peluquería. Y sí, llevaba puesto encima mucho más dinero del que yo tenía en mi cuenta corriente. Pero me dio pena ver que, a pesar de todo ese disfraz, era una mujer infeliz, peleando por los derechos de su hija. Esa fachada de perfección escondía horas de soledad y amargura. Quién sabe, quizá también la vida de una caza fortunas.
Se alejó caminando y vociferando a su teléfono y dejé de oírla. También de verla, pues se confundió entre la multitud que esperaba la hora de la salida.
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